¡Oh, falso amor!
Como buen buscador de hazañas para contar, que juega con fuego (pero solo si no calienta demasiado), enamorado de las causas imposibles y que prefiere marcharse de puntillas y a otra cosa mariposa, lo mejor que podemos hacer las buenas musas es pasar con más pena que gloria para que, por lo menos, nos quede el consuelo de que pueda usted seguir embelleciendo servilletas de papel con preciosas palabras de poeta atormentado al que el otro sexo no entiende. Yo no le he entendido. Eso es evidente. No he entendido nada porque nunca he sido musa, ni fascinante, ni futuro imperfecto del verbo latir. Demasiadas pretensiones, demasiadas expectativas para una simple y despistada mortal. Debe ser mucho más fácil vivir en los sueños y hacer lo que sea para evitar que la magia se rompa porque es sabido que la realidad siempre es menos bonita; la realidad es lo que uno cree que es realidad y si se está convencido de que la realidad es una mierda, pues no hay mucho más que explicar. El a