Microrrelato de las 8:56





Se quedó mirando fijamente el barco que salía del puerto. El mar estaba enfadado esa tarde. 

- Su nombre aparece por todos lados. Veo su cara en otras caras y cuando eso ocurre, ¿sabes?, cuando eso ocurre el mundo se para y como en una película suena una música de fondo, cualquiera, y me quedo mirando a esa persona que no conozco pero que tiene algo de ella hasta que se percata y me amenaza con la mirada. Sólo entonces dejo de mirar yo.

Respiró hondo. El barco seguía su camino, lento, 

- Hay cosas que simplemente no tienen que ser. No pueden ser.

- Pero eso es rendirse...

- Rendirse está bien. La lucha está sobrevalorada... Sacar la bandera blanca, cambiarse de bando, curarse las heridas y también las de otros, ¿qué hay de malo?... Puede que de vez en cuando te venga a la cabeza alguna batalla ganada, alguna medalla, alguna recompensa que llegó inesperada, pero... En serio... No tengo alma de soldado...

Se hizo un largo silencio. Al sonido de las olas rompiéndose en la orilla le seguía el chisporroteo efervescente de la espuma. Era inmenso. Todo. Aquello. Allí.


...



- ¡Brindemos por esta mierda de metáfora!
 
 
Se dio cuenta de que el bañista hacía tiempo que había desaparecido.
 
Dejó de luchar para ver qué pasaba, aunque fuese arrastrado al fondo del mar. Porque seguro sonaría alguna música. Otra. Diferente.


 







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