Me pido ser María Magdalena

Un par de madalenas de chocolate era lo único que necesitábamos para pasarnos la tarde filosofando. Los hidratos se nos acumulaban en las caderas pero éramos felices. No nos importaba mucho el transcurrir de los días, era como vivir en la hora del vermut todo el tiempo. La vida era un plato de bravas en la Plaza del Sol, una tarde escuchando a Vetusta Morla, un camarero invitándonos a otra ronda o un bizcocho en el parque después del cole. La vida era una fiesta, nuestra fiesta. Y los demás solo podían mirar.

Nos movíamos en una amplia gama de grises, todo podía ocurrir. Lo que hoy no era mañana podía serlo. Ahora estábamos aquí y más tarde en otro sitio, en Francia, en Barcelona o en un antro viendo tocar a un tal Nelson Poblete, que debía de ser un tío conocido, pero que a nosotras nos daba igual. Si había bajada de hormonas nos pasábamos el día a base de tostadas con mantequilla y mermelada, si había subida, también. Y risas, muchas risas, y secretos y palmadas y música a la hora de cenar.
Una o dos veces por semana nos gustaba ir a Gràcia a recorrernos su geografía. Solas, sin mapas, siguiendo el rosario de luces de bokeh de las calles. A la gente que conocíamos le daba pereza ir a la ciudad, pero a nosotras no. Más bien al contrario. Era un ritual. Un ritual necesario para poder entender qué coño estábamos haciendo allí.
Algunas noches salíamos a ver las estrellas mientras hablábamos de nuestras minucias cotidianas. Cuando ya hacía frío y volvíamos a casa, dejábamos un mensaje en la pizarra de la cocina para el día siguiente.

Imitar a la gauche divine era caro. No éramos dos barcelonesas pudientes disimulando no serlo viviendo encima de los Cines Verdi,  sino un par de putas locas gastándose sus ahorros y viviendo en una planta baja con habitaciones ciegas y moho en las paredes. Todo estaba muy lejos de ser divine. Y todo empezó a deshacerse. Poco a poco lo que iba sucediendo, lo haría por última vez. El  barrio con más zarapastrosos por metro cuadrado, el barrio donde te sientas en una plaza y no sabes si el tipo que tienes al lado es el cantante de Mishima o un yonki, el barrio dónde fui a buscar a mis fantasmas, el barrio donde empezó todo, ese barrio, tenía que seguir siendo barrio sin nosotras. 

De un bocado me termino la madalena. La misma que hace ocho años nos comíamos en la escalera del jardín de la casa azul. Y sin querer, ay sin querer! Se me escapa una sonrisa..
















Comentarios

Yol@nda ha dicho que…
ese barrio seguirá latiendo, pero no con tanta luz.
La vida fue una fiesta.
H ha dicho que…
Sin nosotras Gràcia ya no la tiene.
Anónimo ha dicho que…
No puede ser… ese estilo de escritura es típico. Típico de Sonia…
H ha dicho que…
¿Quién es Sonia humano anónimo?
Anónimo ha dicho que…
Humano anónimo… que vacío suena…

Entradas populares de este blog

No se puede más

Partes oscuras

Tristeza a las 11:19