Estado provisional permanente



Iba a ser infinito y ha sido un viaje para dos en asientos diferentes. Has hecho bien, en elegir digo. Yo, tan intensa, tan actriz de dramas, no pude hacerlo.

Quisiera sentir lo que tú sientes y entenderte, ser amable, paciente y comprensiva, ceder hasta que me rompa con una sonrisa en la cara. Me gustaría acostumbrarme a ver la maleta siempre abierta y tus camisetas más viejas en los cajones. Dejarte ir feliz, sin rencores ni preguntas y decirte desde la serenidad y la calma como un budista subido a una montaña que todo está bien, sí, y que podemos seguir en este estado provisional el tiempo que necesites, no sé, la eternidad mismamente, por redondear. Pero vaya por Dios, esos putos dones no me fueron concedidos.

Le decía a una amiga que me da miedo estar sola, pero la verdad es que me da mucho más miedo viajar con alguien que no está. En realidad siempre supe que no vendrías, y no porque pusieras a trabajar la sinceridad, sino porque era algo que decías en silencio y a lo mejor hasta sin darte cuenta. El lenguaje del cuerpo, tan traidor a veces, dice más de lo que queremos que diga. Qué mal.

Y qué mal todo, porque nos veía a los dos frente a una chimenea y con el tiempo terminé viendo gatos.
Te acomodaste supongo, o simplemente no querías arriesgar, y bien, ¿eh?, que lo entiendo, lo entiendo pero duele bastante, bastante de bastante. Y cabrea. Eso también. 
Me dijiste que no lo veías claro, ¿arriesgarlo todo por amor? No, claro. Todo es demasiado y el amor algo que un día te alimenta y al siguiente te hace vomitar. Del amor uno nunca sale igual que cuando entró. Sin embargo, aun conociendo como conozco esta ley universal, creí que si me portaba bien, si era buena, a lo mejor algún día te darías cuenta de que podía valer la pena intentarlo. Qué gran momento gorrito de plata.

Después de un tiempo aspirando a ser quién no era -buena-, el cuerpo empezó a pedirme aterrizar, poner los pies en la tierra. Las expectativas se me estaban descontrolando y sin quererlo te estaba exigiendo que fueras otra persona, una que no podías ser. Odiaba tu conformismo y me odiaba a mí misma por odiarlo. La casa olía a indolencia. Era un olor familiar. ¿Y si dejamos que las vendas se caigan, qué? ¿Habrá vuelta atrás?. Rezaba para que la tuya también se cayera al mismo tiempo y poder ver así  la realidad, nuestra realidad. ¿Cómo podías conformarte con tan poco? 
Ahora lo veo claro y lo pienso, pienso en ti y en protegerte de mí. Qué asco de vida te iba a esperar. Qué asco de vida me iba a esperar.

Quizá sea mejor así, cada uno en su asiento; tú buscándole el nombre científico a los pájaros que ves por la ventana y yo ahí, con mis cosas también. Mi casa huele a pena, a lágrimas. Pero todo está en orden. Ahora sí, cada uno en su lugar siendo lo que puede ser. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

No se puede más

Partes oscuras

Tristeza a las 11:19