Salida de emergencia

Salió del bar como pudo, tropezando y apartando cuerpos con las manos. Era una de esas noches en las que todo acaba mal, de esas en las que le habría gustado ser otra, cualquiera, y no estar allí. 

Buscó un callejón donde esconderse, se inclinó y el estómago empezó a contraerse parar vomitar el alcohol y todo lo que no había dicho durante mucho tiempo. Y vomitó. Y allí se quedó todo. La rabia, el dolor y las ganas de ser mejor persona.

Creo que alguien me busca.

- Joder …  No te encontraba ¿Qué haces aquí? Estás hecha un asco.. Te llevo a casa.. - sintió  cómo le golpeaban la cara para descuajarla de la embriaguez. 

 - Eh, eh.. ¿Estás bien joder? 

- Estoy bien, estoy bien.. Es que hace mucho calor ahí dentro. Solo necesito que me de un poco el aire. 

Otra arcada y el callejón se volvió negro. 

 …

Siente caer el agua de una botella por la cabeza. Todo transcurre a cámara lenta. Mira su colgante balanceándose como un péndulo que intenta hipnotizarla. Las gotas caen como si fuera lluvia. Y sonríe. Le parece un momento bonito. Y no lo es, pero se lo parece. Siente como bajan por la frente, llegan a la nariz y después al suelo. Otras pasean por las mejillas y ruedan hasta la boca y cuando están a punto de gotear, las recoge con la lengua.   

... 

Dentro del local el aire es irrespirable, denso y pesado como un sótano. Un tío con una camiseta negra y los brazos tatuados la mira. A veces las segundas mejores también tienen suerte. Va hacia él. Tiene barba. Eso son puntos a su favor. Recorre el antro en diagonal sabiendo que va empezar algo que no puede acabar. Le roza el brazo y él se gira sonriendo, como si la esperara, como si ya supiera lo que iba a pasar. Y se asusta. Le pasa siempre, que cuando lo que busca llega, se asusta. Le recuerda a alguien y se da cuenta de que se nota demasiado. El handsome devil se le acerca a la cara y le dice algo al oído. Algo como que la vida es corta o algo así. Sus caras están cerca, una frente a la otra. Se miran pero por el rabillo del ojo ella cuenta la secuencia de las luces rebotando en las caras de la gente que parece estar pasándolo bien. Uno, dos, tres.. Rojo, azul,  rojo..  No sé qué hago aquí. 

- Dame tu número.

Y sin dejar de mirarla se lo dice porque ya lo tenía preparado en los labios. 

...

Sin saber cómo estaba corriendo sin dirección como un animal herido que huye de los disparos de su cazador, mirando hacia atrás y asegurándose de que nadie la seguía. Chocó con alguien y escuchó un insulto. Da igual. Sigue, no pares. Y corrió. Como nunca antes lo había hecho. Salvaje. 

Doce mensajes preguntando si estaba bien, si había llegado a casa. Dejó el móvil en la mesita, ya verán que los he visto, pensó. Se levantó y miró la cama vacía, se acordó del tío de los tatuajes y se alegró de no tener que ser amable con nadie esta mañana. Fue hacia la cocina, pisó la ropa que llevaba anoche, todo estaba hecho un desastre. Encendió el hervidor de agua e hizo café. Siempre bebía en las mismas tazas, le gustaba tener sus tazas y le fastidiaba que los invitados las cogieran, pero también quería ser amable, o parecerlo, pero eran sus tazas. Y es que nunca se acordaba de esconderlas. 

Arrastró la silla de la cocina hacia atrás y se sentó. Cogió el café entre las mano y miró por la ventana. Se sintió cono una muñeca en el fondo del río. ¿Libre o sola? ¿Qué diferencia había? Era tan fácil caerse de la vida, descolgarse, quedarse atrás y no saber volver. 

Abajo en la calle el trajín de la gente entrando y saliendo de las tiendas riendo y hablando tan fuerte como les permitían sus gargantas, coches aquí y allá, un patinete esquiva una puerta que se abre de repente, un ciclista enviste a los peatones que cruzan. La parada de bus empachada de coches mal aparcados, el brillo descontrolado de los intermitentes, gente luchando por llegar a las aceras como vampiros huyendo del sol. 

Hace unas semanas abrieron una de esas lavandería donde te lavas tú la ropa en un local que llevaba años cerrado. Una pareja decidió pasar allí la mañana del sábado. Lavando. Apretó la taza para calentarse las manos. Quizá el corazón. Luego se lo contarían a sus amigos, claro, en alguna cena. Que la ropa sale muy suave y huele muy bien. Y no volverían nunca más. La gente hace cosas para contarlas después a otra gente a la que no le importa lo que haces porque ellos también hacen cosas para contártelas a ti. Y de eso va esta frívola y macabra broma, de que te parezca graciosa y te rías. Qué me importará a mí que yo no tenga con quien ir a la puta lavandería y tú sí. 

El mismo pensamiento involuntario y traidor que trataba de hundir reflotó desde las páginas dobladas de los recuerdos. Cedió a las lágrimas. Les abrió las puertas y empezaron a salir. Igual que hizo con el agua de anoche, las recogió todas con la lengua y se las volvió a guardar para otro día. 










 









 

Comentarios

ControlDes ha dicho que…
Excelente resumen de una noche loca. Enjoy!
H ha dicho que…
Es usted tonto o se lo hace? No, en serio..
Anónimo ha dicho que…
Todos necesitamos una salida de emergencia en algún momento. Lo mejor es ese café a la mañana siguiente, solo, sin dar explicaciones y con la conciencia de haber hecho lo correcto. Laalb32
H ha dicho que…
Sola. La protagonista es una mujer. Aunque la historia no habla de mí, reconozco mi obsesión por escribir sobre la dificultad que nos supone a muchas luchar entre lo que nos conviene y lo aprendido. En ambos casos el precio a pagar es alto y las consecuencias se sufrirán dentro y fuera del cuerpo. La diferencia está en lo que obtienes a cambio, libertad o lo contrario. Gracias por leer.

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