Vengo a echarte de menos y me voy
Yo te empujo y tú resistes. Yo suelto a los perros y tú corres. Yo sigo con mi vida y tú me esperas. Como quien espera un susto.
El juego era, es, ese. Tú te pierdes y yo te encuentro. Tú desapareces y yo me siento a ver cómo vuelves. Inventarnos mapas, disimular emboscadas, mentir hasta la náusea, borrar mensajes, cambiar el nombre. Y no poder gritarlo ni encender las luces. A oscuras, como los poemas que se mueren de no leerlos, como el universo descomponiéndose.
¿Qué juego era ese, eh? Que nos quitaba de encima el polvo de la monotonía, las telarañas de la desidia.
La realidad me golpea como un ladrillo cuando me doy cuenta de que aunque te mire desde el horizonte, desde la trinchera que me libra de olerte y hacer un salto de fe con triple tirabuzón mortal, es urgente soltarte, dejarte ir.
No estoy aquí para que veas lo que no puedes ver, para aliviarte como un bálsamo y que sigas con tu vida y tus ventanas nuevas sin que nada se desencaje. Se me desencaje. No estás aquí para hacerme ver lo que no pudo ser. Siempre fui más de seguir con los ojos cerrados y dejarlo todo como está, brillando, a lo lejos, y viajar en el tiempo de vez en cuando para enredarme en tus planetas de plástico y en la infinita duda de un posible encuentro.
Viajas acompañado hacia otras galaxias y no puedo seguirte. Solo eres un reflejo, un juego de espejos rotos, una estrella que se deja ver cuando oscurece y desaparece con la primera luz.
Hasta siempre A. No puedes doler eternamente.

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