Madre
Todo el mundo te mira. Eres la protagonista. La MADRE. El principio y el fin. El todo. Porque toda la humanidad sale de ti. Te toca luchar siempre más de la cuenta, demostrar más de la cuenta, llorar más de la cuenta, ser la más fuerte y la más débil también, porque el privilegio del término medio no se hizo para ti. Llorar las lágrimas de otros, coser sus rotos y partirte las caderas para que nada cambie. Porque para que la vida de los demás siga en orden tú, madre, tienes que claudicar, romperte en dos o en tres o en los pedazos que hagan falta.
Pero el domingo recibiste tu ramo de flores, la metáfora de tu vida más cruel que tendrás que contemplar durante semanas hasta que se mueran. Ahí están, frescas, dulces, inmóviles y bellas como un día lo fuiste tú. Importantes, porque las madres somos importante, no sé para qué, pero lo somos. Mitificadas por unos y lapidadas por otros. Así de importantes. Generamos pasión y odio a partes iguales. Las flores. Qué bonitas son. Calladas, dóciles, desprendiendo solo belleza. Así somos las madres. Que nuestro dolor no incomode a nadie, no moleste. Y sin embargo tenemos la culpa de que tú hoy seas imbécil. Los traumas, también los causamos las madres. Y se agarran bien fuerte a eso, a que lo hicimos mal, o muy bien, vete tú a saber. Nunca sabemos. Nunca acertamos.
Madre, yo te entiendo. Hoy te entiendo. El mundo fue duro contigo, tú fuiste dura contigo. Estabas sola como lo estoy yo ahora. Cargando con todo lo cargable. Demostrando que podías con lo de todos como lo hago yo también. No tengo nada que reclamarte, nada que perdonarte. No hay deudas. Y no seré yo quien te regale flores para que las veas envejecer. Porque tú, madre, tú eres eterna.

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Pero también hay algo más. Algo que no siempre se ve, pero que está: la posibilidad de renacer dentro de ti misma.
No eres solo la que se parte en pedazos para sostenerlo todo. Eres también la que puede volver a recogerse, a reconstruirse, a mirarse con ternura.
No estás hecha solo de entrega. Estás hecha de historia, de instinto, de belleza que no se marchita con los años, sino que se transforma.
No necesitas flores que se marchiten. Tú eres raíz. Eres tierra fértil.
Y aunque el mundo no siempre lo diga, aunque a veces parezca que nadie lo nota, tú sigues siendo el centro de algo sagrado: la capacidad de amar incluso cuando duele.
Hoy, que te sientes sola, que entiendes a tu madre desde otro lugar, que cargas con tanto…
Recuerda esto: no estás rota, estás viva.
Y eso, en sí mismo, ya es una forma de esperanza.