Todo el mundo te mira. Eres la protagonista. La MADRE. El principio y el fin. El todo. Porque toda la humanidad sale de ti. Te toca luchar siempre más de la cuenta, demostrar más de la cuenta, llorar más de la cuenta, ser la más fuerte y la más débil también, porque el privilegio del término medio no se hizo para ti. Llorar las lágrimas de otros, coser sus rotos y partirte las caderas para que nada cambie. Porque para que la vida de los demás siga en orden tú, madre, tienes que claudicar, romperte en dos o en tres o en los pedazos que hagan falta. Pero el domingo recibiste tu ramo de flores, la metáfora de tu vida más cruel que tendrás que contemplar durante semanas hasta que se mueran. Ahí están, frescas, dulces, inmóviles y bellas como un día lo fuiste tú. Importantes, porque las madres somos importante, no sé para qué, pero lo somos. Mitificadas por unos y lapidadas por otros. Así de importantes. Generamos pasión y odio a partes iguales. Las flores. Qué bonitas son. Calladas, d...
Yo te empujo y tú resistes. Yo suelto a los perros y tú corres. Yo sigo con mi vida y tú me esperas. Como quien espera un susto. El juego era, es, ese. Tú te pierdes y yo te encuentro. Tú desapareces y yo me siento a ver cómo vuelves. Inventarnos mapas, disimular emboscadas, mentir hasta la náusea, borrar mensajes, cambiar el nombre. Y no poder gritarlo ni encender las luces. A oscuras, como los poemas que se mueren de no leerlos, como el universo descomponiéndose. ¿Qué juego era ese, eh? Que nos quitaba de encima el polvo de la monotonía, las telarañas de la desidia. La realidad me golpea como un ladrillo cuando me doy cuenta de que aunque te mire desde el horizonte, desde la trinchera que me libra de olerte y hacer un salto de fe con triple tirabuzón mortal, es urgente soltarte, dejarte ir. No estoy aquí para que veas lo que no puedes ver, para aliviarte como un bálsamo y que sigas con tu vida y tus ventanas nuevas sin que nada se desencaje. Se me desencaje. N...
Más horas de luz para que el vacío de los días dure tanto como una insoportable tarde de agosto. No es mala la intención pero al final todo termina saliendo. Despecho se llama el vino que acabo de abrir. Son las 21:44 y las golondrinas son las dueñas del cielo, no hay estrellas. Hay luz, eso sí. Mucha luz aún. Y también hay ese vacío que habita en las profundidades de las que nos da miedo casi todo. Miedo a perder, a ganar, a estar, a desaparecer, a que no te quieran y a que te quieran mucho también. Noches de despecho y hastío. Hoy no se duerme, lo presiento. Las cicatrices no se secan al sol, apareces con ellas en cada nuevo duelo al amanecer. Las pistolas cargadas, el vacío y los días infinitos. Que no falten horas para que en los huesos se noten los años que llevas culpándote de todo. Ahí, que duela. Que se sientan las heridas de abandono, de no ser suficiente, la autoestima hecha mierda y los dolores de rodilla. Se pierde paciencia con la vejez. Llevo tiempo dándome cuenta. Cada a...
Comentarios