El cazador y la mujer pájaro




A las 3 de la madrugada se levantó y se fue a dormir al sofá. Llevaba horas haciendo giros de 180 grados y encogiéndose en su lado de la cama para no tocar la piel del que yacía a su lado. No soportaba más el calor humano. Como una exiliada que coge solo lo necesario, agarró su almohada como una maleta y recorrió el pasillo que a esas horas parecía un callejón en penumbra. Se recostó bocarriba en el sillón y lo notó desnivelado,  por lo que tendría que dormir el resto de la noche sintiendo que el respaldo tiraba de ella para engullirla. Si ese era el precio del destierro, le parecía barato.

Esa noche habían salido a cenar. Pensó que podrían charlar de sus cosas, tomar una buena cena, un vino, hablar de música, de libros, de la vida, del futuro, del futuro de sus vidas. Le miró y se dio cuenta de que estaba más guapo de lo normal y que le quedaba muy bien la camisa de cuadros. Pensó que podría volver a enamorarse. Por lo menos lo intentaría. 

- ¿Te parece bien la torre de verduritas y la ensalada de gulas? 

- Suena muy bien

- ¿Y un vino blanco?

- Y un vino blanco.. 

Alargó la frase y le lanzó una sonrisa seductora, pero no demasiado, que él no era de cogerlas al vuelo, ni al raso, ni a nada. Él no era de coger nada en realidad. 

El sitio era pequeño y acogedor, tenía las pareces enlucidas de forma torpe, o rústica, si es que hay alguna diferencia. Los muebles eran color caoba y las lamparas, pequeñas y de mimbre, colgaban del techo alineadas con las mesas. La camarera flotaba como un fantasma sin levantar la más mínima ráfaga de aire que pudiera mover los manteles de papel blanco. El ambiente era fresco y olía delicioso, a especias y postres, y sonaba I’m a fool to want you de Billie Holiday de fondo. En imperativo se repitió tres veces “no hay señales, solo hay lo que quieras ver”. Tres exactas, porque dos eran pocas y con cuatro se lo podría llegar a creer.

Para cuando vino el primer plato se habían bebido media botella. Hacía ya un rato que un pequeño insecto revoloteaba por la mesa buscando un lugar donde aterrizar. Cogió su copa y se la acercó a la boca, abrió los ojos como platos y cerró los labios como unas compuertas al comprobar que el artrópodo flotaba feliz en el alcohol. Lo sacó con cuidado con el extremo del tenedor pensando que estaba muerto y tan pronto como se le secaron las diminutas alas salió volando hacia otra mesa. ¡Y no vuelvas! Gritó con el ceño fruncido y moviendo el dedo. Se echaron a reír. Fue la única vez que rieron en toda la noche. Y la última.

- ¿Sabes? Nacho y Bea se mudan de casa, están pagando un pastizal de alquiler, unos 700 euros. Ahora se van a Martorelles. El piso es más grande, tiene vistas a un parque, es mucho mejor y cuesta menos. 

- Ahá.. ¿Les va bien? porque querían separarse y todo eso. 

- Sí, supongo. Tengo a los dos trabajando, él en la cocina y ella de monitora. 

- Les has ayudado mucho. Deben estar muy agradecidos. 

- Puede ser. 

- Se me hace raro oírte hablar con tanta naturalidad de las cosas que hace la gente y sin embargo eres incapaz de hacerlo de nosotros. Llevamos cuatro años viviendo cada uno en su casa y viéndonos los fines de semana. No se puede seguir así. Nos está matando.

Sabía que lo que acababa de decir ponía fin a la cena, al día y al fin de semana. Sabía que hay palabras afiladas como cuchillas que cortan el envoltorio y dejan a la vista la realidad. Lo sabía. Pero nunca podía evitarlo. Vio como sus ojos se oscurecían, estaba claro que había recibido el golpe. Ya no dolía. 

Él sabía que no le faltaba razón, pero no se lo iba a decir, no iba a decirle que ya era hora de cambiarlo todo. No le diría nada. 

Volvieron a casa como vuelven dos personas que acaban de conocerse, procurando no tocarse, dejando tanto aire entre sus cuerpos que parecerían dos extraños que simplemente caminan en la misma dirección.

- Si hay algo que quieras decirme deberías hacerlo. 

- Hay cosas que ya me imagino la respuesta, por tanto, omito. 

- Buenas noches. 

- Buenas noches. 

Y los dos sintieron el silencio. El silencio de las cosas rotas. 




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bonita historia… Capitulo 2?
H ha dicho que…
El capítulo dos es él en Barcelona y ella a 500 kilómetros. Y ya.
Anónimo ha dicho que…
Hummm… Madrid?
H ha dicho que…
Me bailan 125 kilómetros ahí..

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